miércoles, 2 de diciembre de 2009

No más menores marginales.

Por Adolfo Pedroza.
Rosario. Santa Fe.

“El Senado Nacional aprobó el proyecto de ley de responsabilidad penal juvenil, por lo cual el Estado se hará cargo de los chicos que están en marginalidad y exclusión como forma de premiar a aquellos que optan por la educación y punir a aquellos que deciden actuar al margen de la ley...” leyó el Rolo con la vista clavada el diario del bar.

Luego, con una carcajada exclamó “Por fin el Estado se decide a proteger a los chicos” y ya la ironía se borró de su cara mutando a una cara de entrecejo fruncido.

El Rolo, que es dirigente metalúrgico sindical de base y tiene la fama de ser un tipo jugado y honesto, quiso expresar su tristeza frente al ya casi legalizado castigo de los menores de 14 y 15 años que antes estaban exentos, cuando Marta, una incansable trabajadora social en un comedor comunitario, se incorporó como un resorte, pateó la mesa y con lágrimas en los ojos dijo: “Chau fachos” y se fue.

Por un corto y pesado tiempo el silencio se estacionó sobre la mesa y los cinco que seguían allí sólo expresaban monosílabos difícil de unir. El Rolo quiso salir a buscar a Marta, pero Roque le dijo: “Dejála, cada uno muestra su dolor como puede. No es con vos la cosa”.

El tema estaba descarnadamente instalado en aquella mesa de amigos y militantes, con toda una historia de largas discusiones en ese mismo lugar “cargado de historias”.

La flaca Emilia, visitadora social en un barrio ilegal que se asentó en un pozo y amaga con no salir más de allí, varias veces había tenido que ir a buscar chicos a la policía que casi siempre le decía: “Nosotros no los tenemos”

El chueco, dueño del barcito que sobrevive como puede y que se banca las cargadas de los amigos que le dicen: “El delivery de pizza no es delivery... si no te lo lleva el Chueco”, es un sufrido testigo entre “el barrio de aquellos” y el otro donde “vive la gente”

Estaba el Roque, rebautizado como Shrek por sus orejas y timbre de voz; era el que pensaba y meditaba para luego expresarse con voz ronca y decir profundo. Julio, nacido y criado cuando el barrio era uno solo, ha hecho de todo en su vida... y pasó “casi por todas” y ahora sufre el ser un desocupado cargado de experiencia.

El Pibe, de edad y nombre desconocido, es siempre el primero en llegar cuando decide descansar de remisero y eterno estudiante que no ceja en su sueño de ser periodista... “otro tipo de periodista” como le gusta decir a él.

Justamente el Pibe rompió el hielo instalado desde la ida de Marta y expresó que ni los milicos del `76 se atrevieron a tanto y que esta democracia –por la que va a seguir luchando- nos castiga a todos al criminalizar a los chicos.

La flaca trató de explicar como el Estado “institucionaliza” de esta manera a los chicos de 14 y 15 años para enviarlos a un sistema represivo y carcelario del que no hay retorno. Su voz se quebraba al decir las edades porque seguramente pasaban por su cabeza imágenes concretas de chicos marginados del sistema.
Roque ironizaba diciendo que se podía ver como un beneficio que ahora la escuela no tendría que echar más chicos de su sistema, ya que la policía le ahorraría el largo trámite de papeleríos y sumarios. El Estado, ese que debiera ser protector de las personas, se lava las manos y con una ley le pasa el problema a uno de los poderes que lo constituyen.

El Chueco cree que esta es una sociedad hipócrita al castigar a los chicos que ella misma ha permitido en forma cómplice que estuvieran marginados.

El Rolo lamenta que atrás de todo esto no haya ninguna intención de atacar las reales causas por las cuales los chicos toman el camino de la delincuencia en forma violenta. Lo entristece que haya gente que aún pueda pensar que este es el camino más fácil para los marginados y excluidos...

El intercambio de opiniones, pareceres y sentires continúa. Casi parece increíble que la rebelión y presión de muchos y muchas lograron que los militares, en 1976, no impusieran la norma de tratar como criminales a los menores de 16 años y, sin embargo, hoy se legalice esta criminalización de la pobreza envíando a los pibes a la cárcel casi hasta con el agrado de la sociedad.

Tampoco hay que engañarse con aquello de que el sistema es “más benigno que el aplicado a los mayores”. La cárcel es cárcel y los famosos institutos de rehabilitación son cárceles para los más chicos... pero cárceles al fin.

Desde una mesa de un bar se puede ver la realidad ensimismado en un diario abierto en la página de espectáculos, allí donde los divos y divas piden mano dura, tolerancia cero y pena de muerte. Justamente allí está una de las claves, seguir viendo la realidad o participar de ella.

¿Podremos salir de atrás del diario? Los pibes marginados y excluidos necesitan que se levanten las voces para exigir soluciones y no podemos sentarnos a la mesa de un bar y escondernos en un diario.+ (PE)
Prensa Ecuménica

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